jueves, 12 de febrero de 2015

De repente Abril (IV), mi rebelión contra lo habitual




LAS TRIBULACIONES DE UN PADRE PRIMERIZO

(Se reitera ADVERTENCIA: Material inflamable. Si te exasperan los niños o aún peor, los padres hablando de niños, sentimiento muy comprensible y razonable por otra parte, mejor no sigas leyendo)

En penumbra, tumbado con ropa de calle sobre la cama de mi habitación con los ojos cerrados, trato de cumplir con el para mí, imprescindible rito del cuarto de hora de siesta mientras escucho un insistente, gutural pero expresivo, “¡Eh!... ¡Eh!... ¡Eh!”. Miro en dirección a la cuna y veo como la parte de arriba de la chichonera (pieza acolchada de tela que se ata a la cabecera de la cuna para que el crío no se dañe con las barras), cede unos centímetros y se vislumbran los grandes ojos de Abril, algo rasgados por la invisible sonrisa, mirándome. Jodía muchacha… hoy se cumplen diez meses desde su primer vagido y sigue al mando de la casa, aunque existe un sutil nuevo matiz: el de que ella ahora sabe que es así.

Sigue cambiando; en las fotos y vídeos apreciamos la veloz mudanza que se nos escapa día a día.  Parece más adulta, su rostro es cada día más bonito (aunque supongo que mi capacidad de apreciación aparece justificadamente distorsionada por mi posición-pasión de padre), su cabeza aparece ya cubierta por un más que incipiente, suave y brillante cabello rubio. Adquiere destrezas rápidamente, sorprendiéndote a veces la suficiencia con la que ejecuta acciones que ayer parecían un mundo o lo ágil y peligrosamente que se desplaza en sus modos reptador o espiral.   Sí, ya imita gestos y ruidos, continuo motivo de albricias entre la familia y francamente algo cargante para el resto de obligados a prestar atención al milagro que necesitamos compartir. Sabe pasar páginas, algo importante en una casa llena de libros y últimamente se pasa el día señalando con el dedo índice, al que  incluso mira algo extrañada, en un gesto lento, con algo de iluminación trascendental (mismamente como ET, mientras yo me parto), sobre lo que Susana, que ha estudiado estas cosas, me nombra como gestos protodeclarativos.

Ahí están sus gritos de satisfacción, sorpresa, llamada de atención, de enfado previo al llanto fruto de la frustración. Sí,  silabea, pero aquí se sigue la retransmisión expectante a la espera de su primera palabra, que un día pare de tanto “TA-TA-TA-TA….ÑA-ÑA-ÑA-ÑA” y de pronto te mire comprendiendo y responda con la mirada un instante antes de que sus labios articulen un sencillo, prodigioso y gozoso “PAPÁ”. 

El tiempo. Pasó a mi historia el dedicar a una tarea varias horas sin interrupción. Mis actividades preferidas, con las que más disfruto, requieren concentración o aislamiento, sean leer, estudiar, escribir o el deporte “machaca”. Excepto esta última, que sigo practicando algún día a la semana en tiradas largas de varias horas en soledad, las demás exigen redefinición de esquemas y objetivos. Sin embargo, hasta cuando corro, siento el ansia de cambiar la montaña que atravieso veloz jadeando por un tranquilo paseo con Susana y Abril a la espalda, en la mochila que aguarda desde hace meses en su habitación a la espera de que alcance el peso recomendado para usarla, y que por fin estrenaremos este carnaval. 

También la música, otra de mis pasiones, no se ha visto especialmente afectada, existiendo la posibilidad de simultanearla con Abril. Ella la disfruta tanto o más que yo, ya que es incapaz de escucharla sin ponerse a bailar con su peculiar balanceo, importándole poco el estilo, sea jazz, hardcore o clásica, aunque le llaman la atención especialmente los violines. A propósito, yo que a veces gusto de dietas algo indigestas por lo ruidoso o monolítico de la propuesta, por qué siempre me parecerá que las canciones infantiles están demasiado altas, que sería mejor escucharlas a menos volumen. 

Volviendo sobre mis tiempos, tengo claro que su distribución durante cada jornada se realiza en  segmentos o fases diferentes a las de antaño. He llegado a la conclusión de que, por regla general, hoy se aspira a disponer de medias horas, en las que, si hay suerte, poder dedicarse completamente a un propósito o actividad. Ahora bien ¿es posible hacer todo lo que hacía antes en unidades de media hora, afrontadas a veces con ímprobo esfuerzo, con arrojo casi suicida por lo aparentemente imposible de la empresa? ¿Se puede leer un capítulo o escribir un artículo al doble de velocidad que antes? Quizá, tal vez requiere adaptación y tenacidad, como mucho de lo que nos asombra en esta vida. Yo seguiré insistiendo con el diseño de mis quiméricos planes. Lo que  no acabo de ver tan claro es estudiar. El tiempo, al trabajar los dos padres, es el factor fundamental a la hora de tomar la decisión de tener un hermanito, posibilidad por ahora descartada al completo. Al final es la gestión de cada jornada el cambio fundamental que se opera en la vida del convertido en padre de un día para otro, en que la vida pasa a ser poco más que ventanas de tiempo entre Abriles.

Abril ya come sólido en un curioso plato con un fondo oculto donde se introduce agua caliente para que no se enfríe la comida. Bastante bien,  habrá críos peores en este tema; excepto la papilla de fruta , eso sí, que es lo que desde hace unos meses, tras la preceptiva tentativa, se ha venido convirtiendo en mi merienda junto a lo que deja de yogur –específico para bebés, tampoco sabía yo de esto, y que no están muy ricos, la verdad-. Haciendo honor a su apellido y a su padre, que lo come a puñaos aunque no se le note, le gusta el pan y sobre todo las galletas, suponiéndose que tras la trituración y reparto de migas todo en derredor suyo, algo comerá. El biberón cada día menos; como le ocurrió con la teta, se acaba abandonando lo antiguo por la novedad. Le gustan los animales, los de la calle y los de los documentales, las palomas que se posan en el balcón, las moscas que ya marcharon, las sombras…., todo ello causante de voces de asombro o miradas perdidas, esas pensativas que tanto me gustan. Y algo que se me olvidaba y es importante: su amor a primera vista con el agua en sus clases de matronatación  en la piscina, toda una valiente nadadora en ciernes, ejecutando con vigor sus primeras brazadas y batidas, siempre sonriendo, claro.

De sus malos ratos, que convierten al padre en un ser asustado, algo inútil e impotente, pues un catarro, que yo creo al final no acabó de agarrar del todo, durante el que lloraba más de la cuenta e incluso llegaba a vomitar con los ataques de tos, además de lucir permanentes velas bajo la nariz. Claro, tampoco lo había pensado, una niña de esa edad, no sabe sonarse los mocos y se le hace la perrería de introducirle suero y extraerlo con una pera entre  horribles llantos que dan fe de la imaginaria tortura. Y  los dichosos dientes de arriba que no le acaban de salir, o ese par de horribles pesadillas en las que a pesar de estar incluso levantada y abrazada, le es imposible dejar de llorar y gritar  completamente aterrada, preguntándote, qué imagen habrá de aterrorizar una mente tan pura y limpia.

Era de esperar, casi todo me gusta mucho de Abril, pero hay gestos o formas de vida que lo hacen de un modo especial, tal que mirarla mientras duerme, apretarla suavemente contra mi pecho, su olor, besarle sus pequeños pies, pero hay algo que registro en una categoría especial, vía fácil y accesible a una cálida sensación de emocionante bienestar: se trata simplemente de recordar su risa. Los que conocen a Abril saben que ríe a menudo, pero me refiero a un preciso momento, un estadio más allá de la sonrisa, más acá de la carcajada, cuando todo su cuerpo se estremece y tiembla, agitando sus brazos estirados, aparentemente rígidos pero ligeramente trémulos, mientras sus enormes ojos se empequeñecen y la comisuras de sus labios no pueden alejarse aún más a pesar de poner todo su empeño, a la par que luce esos dos enormes y graciosos  dientes inmaculados. Sería una buena imagen si se tratara de retratar la quintaesencia de la felicidad. Ojalá esa facilidad para reír sea una línea indeleble, escrita genética o mágicamente, en su carácter. Recuerdo esa risa y soy capaz de emocionarme casi hasta las lágrimas, alejarme por un instante de dónde o quien esté conmigo.

A veces veo a Abril enlazada al concepto de trascendencia en el sentido de ir más allá, de superar mis límites, de acercarme al secreto de la existencia, como una parte desgajada de mí que me irá enseñando a recorrer un camino nuevo, pero también a regresar al que ya transité, con mucho de lo que perdí. Tras nuestra relación, como ya escribía en alguna ocasión, las sombras de mi legitimación, tan llena de fisuras a la luz de las culpas de mi vida. Recuerdos en tropel que  parecían perdidos y que hoy regresan, anticipando el flujo que no cesará mientras ella crezca, necesitando o rebelándose, mientras yo trataré de ofrecer razones, que tantas veces caerán al vacío del que demanda experiencia.

Hay algo, no cabe calificarlo de suceso, que sí me decepcionó íntimamente. Una mañana, cuando Abril debía tener ya 8 meses, al volver de trabajar en torno  a las tres de la tarde, me di cuenta de que, liado por mis tareas, no había pensado en ella en toda la mañana y fui consciente de que, aunque me resistiera, me encontraba en otra etapa diferente, me había acostumbrado a Abril, y eso es una pena. El Abel admirado del milagro cada  bendita hora ya no volverá, aunque me engañe y a veces, cuando estoy en la cama y Susana la saca de la cuna, al verla de nuevo, no puede evitar pensar o decir: “Joder, qué cosa, ¿no?” o eche mucho de menos a mis chicas cuando toque dormir fuera de casa, como una noche de Navidad. Por otra parte, todo tiene su lado bueno: a veces, entrando en casa, me sorprendo y me admiro, porque, en cierta forma, se me había olvidado lo bonita, achuchable y graciosa que es. 

Contaba al inicio que Abril no me dejaba dormir la siesta, pero también hay que reconocerle que hasta alguna noche ha comenzado a dormir del tirón, de 9:30 a 6:30, ahí es nada; aunque seamos francos: se pueden contar con los dedos de una mano. Ella casi siempre suele tomarse un biberón, aunque más que hambre, le guste ver cómo está el ambiente por ahí. Se toma un trago, saluda, se echa unas risas y ya en la cuna y a oscuras, sigue a lo suyo, con la letanía en voz alta que nos acompaña de hace diez meses. Hasta que se duerme. Mientras, agradecidos, también nosotros lo intentamos. 

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